Solo sé…que sé muy poco de la vida, de las flores y la metamorfosis, del cielo y de mí misma.
Este encerramiento obligatorio está convirtiéndose en un autoestudio interno para mí; tengo la suerte del contar con el apoyo de mi familia, tanto la de sangre, como la que he construido con todas esas personas que me acompañan en mi camino. Y sí, en estos momentos me doy cuenta de que tengo muchos hombros en lo que llorar y muchas sonrisas que devolver.
Irremediablemente, tendremos que salir ahí fuera; me refiero, al sistema impuesto. Tendremos que encontrarnos con injusticias cara a cara, y quizás, volveremos a bajar la cabeza o mirar hacia otro lado. La sumisión a los estándares sociales-económicos-culturales viene de tantos años atrás, que no se puede cambiar de un día para otro. Pero creo que es primordial el darnos cuenta de que siempre tenemos, mínimo, dos opciones.
Hace unos años, conocí una persona de esas que cada vez que abre la boca, te enseña algo; esta mujer si que era luchadora…resulta que su marido había muerto años atrás como consecuencia de un jodido cáncer; sus hijos, ya mayores, habían pasado todos, uno detrás de otro, por Proyecto Hombre en su lucha por dejar las drogas.
Con a penas 42 años, a Adolfo, su hijo mayor, le fue detectado un cáncer galopante; tan galopante, que se lo llevó por delante en 3 meses.
Recuerdo que en uno de nuestros encuentros posteriores a todo esto, yo le expresaba mi asombro por la fortaleza con la que llevaba aquella situación, a lo que ella me respondió: «Tengo dos opciones: o me meto en un rincón a llorar y a maldecir todo lo que me ha pasado, o sigo adelante».