Solo sé…que sé muy poco de la vida, de las flores y la metamorfosis, del cielo y de mí misma.

Este encerramiento obligatorio está convirtiéndose en un autoestudio interno para mí; tengo la suerte del contar con el apoyo de mi familia, tanto la de sangre, como la que he construido con todas esas personas que me acompañan en mi camino. Y sí, en estos momentos me doy cuenta de que tengo muchos hombros en lo que llorar y muchas sonrisas que devolver.

Irremediablemente, tendremos que salir ahí fuera; me refiero, al sistema impuesto. Tendremos que encontrarnos con injusticias cara a cara, y quizás, volveremos a bajar la cabeza o mirar hacia otro lado. La sumisión a los estándares sociales-económicos-culturales viene de tantos años atrás, que no se puede cambiar de un día para otro. Pero creo que es primordial el darnos cuenta de que siempre tenemos, mínimo, dos opciones.

Hace unos años, conocí una persona de esas que cada vez que abre la boca, te enseña algo; esta mujer si que era luchadora…resulta que su marido había muerto años atrás como consecuencia de un jodido cáncer; sus hijos, ya mayores, habían pasado todos, uno detrás de otro, por Proyecto Hombre en su lucha por dejar las drogas.

Con a penas 42 años, a Adolfo, su hijo mayor, le  fue detectado un cáncer galopante; tan galopante, que se lo llevó por delante en 3 meses.

Recuerdo que en uno de nuestros encuentros posteriores a todo esto, yo le expresaba mi asombro por la fortaleza con la que llevaba aquella situación, a lo que ella me respondió: «Tengo dos opciones: o me meto en un rincón a llorar y a maldecir todo lo que me ha pasado, o sigo adelante».

 

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«Manuel tiene un pequeño comercio de audífonos.

Su querido abuelo, con el que pasaba todos los veranos en Brasil, fue quién le enseñó el tacto de los perros, y el olor de las flores.

Con él también aprendió a oír salir el sol en los amaneceres y a sentir la luna acercándose.

Braulio, viudo desde hacía más de veinte años, había dedicado su vida a cuidar de sus cabras y de su pequeña granja que, cariñosamente, compartía con su mujer.

Ya no recordaba con dolor los paisajes que contemplaba desde las montañas cuando aún conservaba la vista; si recuerda, sin embargo, el poco caso que le hacía a sus dedos cuando paseaban sigilosos entre las hojas de aquel libro antiguo, y de sus manos cuando abrazaba a su nieto recién llegado en los meses de Junio.

Y se había acostumbrado resignadamente al canto de los gallos por las mañanas, a las campanas de la iglesia del pueblo que auguraban las horas puntas; a las noches de aguacero sin descanso.

No valoraba muchas sensaciones de su vida que, gracias a su ceguera, había descubierto.

Había tenido la suerte de nacer viendo la vida con ojos de ser humano, para luego a aprender a contemplar con la mirada inocente del alma».

El sexto sentido es el sentido del alma, el canto a la libertad que nace de un lugar profundo dentro de mí, alojado más adentro del corazón. Es como un hilo transparente e infinito que me hace ser copartícipe de todo lo que sucede fuera de mi cuerpo y a mi alrededor.

Cuando se activa este sentido, me siento tan plena que todo el Universo cabe dentro de mi ser y ya no hay vuelta atrás. Mi consciencia es el ama de este sentido, que me hace vencer la individualidad y creer de nuevo en el amor.

Así, por más caídas y desbarajustes, nunca me siento perdida ni vencida, pues no hay ninguna lucha que suceda fuera de mi mente.

Somos tan grandes, pero nos sentimos tan pequeños e insignificantes, que creemos, cegados por valores heredados sin cuestionar de generación en generación, que nuestro paso por el mundo es insignificante, poniendo nuestro foco de atención en cuidadores externos a nosotros, idolatrando una y otra vez a fantasmas exteriores, desconectando de nuestro instinto supremo de espiritualidad.

No, no quiero sentidos transitorios; ni expectativas programadas hacia un futuro que seguramente no dibujaré si mis porpósitos, si mis sueños, están desconectados de mi misma.

No, no me conformo con noticias desoladoras día sí y día también, pues estoy segura de que se suceden pequeñas bellas hazañas a lo largo y ancho del planeta cotidianamente; otra cosa es que no nos paremos a verlas.

 

Son las 20.59 de la tarde. Ya, pasadas las 20.00, los aplausos delatan que un día más ha sido superado…y es increíble como los vecinos de los barrios siguen guardando esperanza y ganas de animar con sus gritos, con sus sonrisas y con sus corazones, al mundo.

Siempre son inevitables la contradicciones entre tantas consciencias despiertas; un vecino del bloque de enfrente acaba de gritar; » quitad la música, que España está de luto», dirigiéndose a un marchoso piso que, todas las tardes, anima al vecindario.

Tenemos mucho tiempo para pensar en estos días, en los que no hay derecho a trabajar, pero si obligación de comportarnos como civilizados ciudadanos y mantenernos en nuestras casas…aunque las necesidades primarias de la pirámide de Maslow no estén garantizadas por nadie.

Y yendo al super es inevitable no  construir maneras de acercarnos a los demás, porque la sociabilidad cotidiana se ha marchitado. Yo, que tengo la suerte de no vivir sola en casa, puedo llegar a imaginar la pesadez de levantarse un día tras otro mirando por la ventana buscando una figura humana que delate que hay personas en este planeta.

El drama me acompaña por momentos, y le doy gracias, pues es el que me ha empujado a escribir estas líneas.

» Y nos fuimos para adentro, y navegamos con una pobre antorcha hacia nuestras entrañas; aunque el barquillo sea frágil, aunque las olas sean sofocantes y la oscuridad desafiante, seguimos flotando en el mar.

De repente, vislumbro una figura a la lejanía, inmóvil en el horizonte; y como si de mi salvador se tratara, aligero mi remar hacia ella; mis brazos no dan tregua y me impresiono a mí misma por la  fortaleza que me empuja. Y de repente, mis remos se parten, perdiéndose en el fondo del oscuro agua…

Que será de mí, si solo dispongo de la fe»

 

 

Hoy no es para siempre, y el mañana vendrá…

No sé donde leí o escuché eso, pero, retumba en mis oídos como si de un mantra se tratara.

Aunque puede que no haya mañana, y que mis últimos suspiros se respiren hoy, Quién sabe. «No le tengo miedo a la muerte porque tengo todos los deberes hechos»…

Me quedo en blanco a la hora de teclear, pero mis yemas parecen tener su propia vida, su personal forma de poner en funcionamiento mi cerebro. Y es que está todo conectado, Y estamos todos conectados, aunque lo ignoremos, no nos paremos a  analizarlo y lo odiemos.

La verdad que hate es una palabra bastante fea, insípida, dolorosa; yo prefiero sunrise o smile. Y con lo poco que me queda de ese inglés que yo creí saber y ser una experta, que ahora solo me recuerda palabras y frases sueltas en mi mente que me trasladan a otro lugar.

Te vas, te escondes, pero te encuentran. Y cuando menos ganas tienes de formar parte de este todo al que llaman sociedad, más te parecen exprimir. Como al zumo de naranja natural que creo que, nunca en mi vida me he preparado para mí misma. Es más cómodo el zumo en bote, con su mínimo por ciento de fruta y su alto contenido en conservantes.

¡ Eh ahí la clave! Conservantes. Todos queremos durar más, que el día sea más largo y las agujas no avancen, aunque una parte de nosotros nos recuerde que ha sido una día un tanto insaboro… Y el corrector vuelve a corregirme, y yo me enfado con él y con mis dedos, que no paran de correr a través de mi teclado blanco. Teclado que aún sigo pagando religiosamente por domiciliación bancaria.

Los bancos son otro tema que hoy no tengo ganas de tocar.

En fin, voy a comer sardinas a la salud de Málaga . No olvidemos que, a pesar de todo, aún estamos vivos, y respiramos…

Me quito mi atuendo y empiezo a escribir. Tonta de mí, que creo que estas líneas te llegarán allí arriba. Pero quién sabe, las palabras tienen eco y resonancia desde cualquier parte del mundo, incluso entre mundos paralelos.

Hace ya más de un año que te fuiste. Sigiloso, callado, sin despedirte. Ello me hace pensar que tenías tantas cosas que decirnos, que optaste por no decir nada. No tenías tiempo. Tu cuerpo y tu interior no dio a  más. Siempre fuiste una persona callada, pero habladora de mirada. Esa mirada profunda que muchas veces, cuando me miro en el espejo, la veo.

Me has dejado mucho, tanto, que las palabras nos son suficientes.

La otra noche, viendo una película frente al mar, una estrella desde arriba casi me hablaba. Ilusa de mí, pensé que eras tú. Estás en todas partes, pero no te veo. Es decir, no te siento a través de esa apariencia física que tenías, con esas arrugas de pena y tus piernas, con las que ya casi podías andar.

No hay muchas novedades por aquí, en la Tierra. El gobierno…bueno, no sabemos si lo hay, se pelea por ocupar su sillón, y se sigue tirando pasteles entre uno y otro bando. La familia….qué te voy a contar que tú no sepas, juzga por ti mismo; Y yo, bueno, aquí sigo con mi lucha diaria entre mi cerebro y mi corazón.

 

 

Todos perdemos a lo largo de  la vida. Perdemos objetos, experiencias, y personas. Creo que esto último es lo más doloroso, de lo que más nos cuesta despedirnos.

Es ley de vida, aunque nunca estemos preparados para ello. Las despedidas siempre me han resultado melancólicas …siquiera viajo a una hora de camino de casa, ya llevo esa espinita. A veces entran ganas de retroceder, de salir corriendo hacia atrás y quedarnos dónde estábamos, aunque no del todo bien.

Hace años conocí a una mujer que me impresionó por su fuerza, por su coraje hacia la vida. Años atrás había perdido a su marido, no recuerdo muy bien de qué;  a su hijo de a penas 40 años le habían diagnosticado un cáncer de pulmón, con tal nivel de metástasis, que se lo llevó por delante en a penas 3 meses. Con razón lo llaman galopante…A las semanas de morir su hijo, ella retomó su trabajo y sus quehaceres, y una tarde, con entereza, me dijo: «Tengo dos opciones, o me arrodillo en un rincón y sigo llorando y apenándome por esta injusticia, o sigo adelante».

Realmente, tenía toda la razón. Hay ocasiones en la vida en la que hay que  ser valiente, colocarse la armadura y salir del nuevo al campo de batalla. Con lágrimas en los ojos y heridas en el corazón, pero seguir adelante….

“Escuela” viene del griego “σχολἠ”, que originariamente significaba “descanso”, “vacación”, “tiempo libre”, “ocio” “paz”, “tranquilidad”…. El verbo correspondiente a este sustantivo era “σχολἀζω”, cuyo sentido era igualmente estar ocioso, desocupado; tener tiempo para; estar libre [de algo], dedicar, consagrar tiempo [a algo]…… La escuela era el lugar donde, libre de preocupaciones o de las urgencias de la vida, las personas tenían tiempo para formarse y cultivarse, dedicándose a lo que las gustaba y las humanizaba. En relación con esta idea, la palabra “estudio” y el verbo “estudiar” vienen del latín. El sustantivo “studium” en latín significaba “empeño”, “afición”, “afán” (sobre todo, afán de aprender “studium discendi”). También el estudio era el desvelo o el afecto por alguien (“studia habere alicuius” era “gozar del afecto de alguien”). Hablar de estudiar algo sin gusto, como una pesada condena, era algo contradictorio, imposible, hasta tal punto que en latín para expresar que había que hacer algo a la fuerza, por obligación, se decía “non studio, sed offcio”, es decir “no por afición, sino por deber”. El verbo “studeo”, significaba “dedicarse a algo con afán”, “poner empeño”… Estudiar era poner el alma en algo que a uno le gustaba y hacía libremente. Lo cual no significaba que no exigiera un esfuerzo, que no fuera un trabajo: . Precisamente el sustantivo“disciplina” venía del verbo “disceo” “aprender”. Disciplina era la formación, la instrucción, pero también significaba “conocimiento”, “ciencia”, “arte”, como cuando se hablaba de la “disciplina stoicorum” para referirse al sistema filosófico de los estoicos, o se decía de alguien que era “homo summo ingenio ac disciplina” “hombre de gran talento y ciencia”. Sin disciplina, sin esfuerzo, eran imposibles la ciencia o el conocimiento.

A veces no necesito nada, solo un abrazo, una palmadita en la espalda, y un paseo por la ribera.

Hay días en los que ni quiero mirarme al espejo…y creo que nos pasa a todos. Y recuerdas ese momento en el que todo parecía idealmente perfecto, pero te caíste de la nube, y aún no sabes volar.

Sé cual es mi camino, pero cada paso cuesta más; no vale el camino rápido, no valen los atajos. Todo se ha convertido en un laberinto por el que trascurro a ciegas.

Escribir me sienta bien, incluso me abre los poros, me desintoxica, me da aliento. Por eso lo hago.

Sé lo que haré hoy, pero no lo que me esperará mañana, Y qué importa, si ni siquiera sé a qué hora me acostaré esta noche, ni con quién soñaré. Solo tengo este momento, que se convierte en eternidad mientras deslizo mis dedos por este teclado virgen.

Me he cansado de buscarte, porque ni siquiera sé quien eres. Y no sé si quiero saberlo. Si, mi ignorancia me envuelve en un fugaz estado de felicidad del que es difícil escapar.

Te veo cerca, aunque estés lejos. Te siento lejos, aunque estés dormido a mi lado. No escribo para que me leas, escribo porque me dejo llevar por las palabras y los sonido que dibujo en mi mente al descubrirme, al desnudarme.

No creo que me entiendas…porque, a veces, ni yo misma lo hago. Me tomo un café y empieza un día más de pensamientos, de ideas contradictorias, de deseos inmortales.

¿Estás ahí? Aquí te espero. En el mismo banco en el que nos conocimos. Confío en que sepas volver…

 

Siempre hay una salida, aunque hay días en que parecen esconderse ante nosotros.

Qué a gusto estoy aqu con mi soledad, mis pensamientos locos y mi misión de vida…no necesito nada más que ver los gorriones escondiéndose entre las tejas de la casa de enfrente.

Una vieja cortina con árboles dibujados percibo a lo lehos